
«Si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes».
Al escuchar esa frase me he acordado de algo que me ocurrió hace poco.
Nos propuso el sacerdote escribir una carta al Padre contándole nuestra experiencia de lo vivido en los ejercicios espirituales que habíamos realizado.
Me ilusionó la idea. Me gusta escribir cartas. Pensé que, por eso mismo, no me costaría ponerme a ello. Me equivoqué. Casi hace un mes de ello y todavía no he sido capaz de escribir ni el membrete. Me quedo en blanco ante las hojas.
La última noche era tiempo de compartir experiencias. Tímida como soy, lo de hablar en público lo llevo mal, pero estaba tranquila porque no era obligado hablar. Sin embargo, para mi extrañeza, cuando llegó mi turno, no solo no me quedé callada sino que compartí algo personal, cosa que nunca había hecho en público.
Vamos que le he alegrado el día a Dios porque se debe estar riendo un montón viendo que mis planes y los suyos no tienen nada que ver.