
Semanalmente recibía en mi buzón unas hojas con el comentario del evangelio y textos variados que me dejaba un sacerdote cuando venía a dar la comunión a mi vecina. Una señora de 94 años que está enferma y no puede salir de casa.
Hace unos días me comentó el sacerdote que ya iba a dejar de conducir y por tanto no podría venir a dar la comunión a mi vecina. Eso implicaba que tampoco me traería mis hojas y por tanto ahora sería yo quien tuviese que ir a recogerlas.
Así lo hice ayer y cuando llegué a mi casa dejé en el buzón las de la mujer enferma.
Por la tarde llaman al timbre de mi puerta . Era la vecina. Subía a darme las gracias por haber dejado las hojas para su madre en el buzón. En ese momento yo iba a salir así que casi como que la dejé con la palabra en la boca.
Cuando regresé de mis recados me sentí mal por haber recibido con tanta prisa a mi vecina así que decidí parar en su piso antes de subir al mío y disculparme.
Fue entonces cuando tuve ocasión de conocer a su madre. La destinataria de las hojas. Una señora de 94 años encantadora. Super dulce. Estuve charlando con ellas un rato.
Me hizo reflexionar mucho esa visita.
¿Cómo es que hasta entonces no se me había ocurrido pasar a visitarla?
En ese instante decidí que no la dejaría las hojas en el buzón sino que todas las semanas una vez recogidas de casa del sacerdote iría a dárselas en mano y me quedaría un rato con ella.