
Dejando a mi marido en el aeropuerto me he despistado. En vez de coger el camino de siempre, he cogido la carretera en sentido contrario.
No me he preocupado. No sabía ahora lo que tardaría en regresar a casa ni tenía muy claro el trayecto a seguir pero conocía las señales. Siguiéndolas, llegaría a destino. Por un momento me he sentido como los Reyes Magos.
Tenía un objetivo. No sabía el camino a seguir. Debía guiarme por las indicaciones.
Una anécdota que me ha hecho pensar mucho en Dios y en la vida. Nos ha dicho Jesús que , Él, es el camino. Nos ha puesto indicaciones para el trayecto ¿por qué me preocupo entonces?
Aunque no conozca la ruta, guiándome por las señales sé que llegaré a destino.
Cierto es que a veces las indicaciones no son muy claras y uno se despista, puede que hasta coja el camino equivocado o, incluso, vaya en dirección opuesta pero, sabiendo que el camino existe, es cuestión de tiempo encontrarlo y retomarlo.
No siempre es todo confuso. A veces las señales son claras. Como cuando hay dos caminos y en uno de ellos pone prohibido el paso.
De todo hay. Es lo que tienen los caminos. De haber dicho Jesús que era una línea recta o un círculo sería todo más facil. Dijo camino, un camino dijo que era. Toca pues, estar atento a las señales para llegar a destino
Buen viaje.