Me gusta lo creativo e imaginativo en todas sus facetas, por ello, disfruté cuando tuve oportunidad de acudir a las fallas en Valencia. Ver tanta figura con tanto colorido y en esas dimensiones .
Vi el final, algún año me gustaría ver el comienzo, saber del proceso. Poder adentrarme en un taller y ver como poco a poco aquello que empieza de la nada va tomando forma y color hasta convertirse en una falla.
Poder hablar con el artista. Saber en qué se inspira para sus creaciones.
Todo ello me hace pensar en la cuaresma. Algo tienen en común, la ceniza. Aunque en sentido inverso.
Lo que, en las fallas, empieza siendo todo color terminó en ceniza. Cuando regresaba a casa días después de que fuesen quemadas, no quedaba ni rastro de lo que había observado días antes.
En cuaresma es al revés: se empieza en ceniza y se termina con la luz, en medio, también un proceso
Un proceso más interesante que el de las fallas, donde lo que se ve y lo que luce por muy bonito que sea, son figuras.
El taller de la cuaresma es diferente, allí, el alfarero, Dios, trabaja sobre las personas. Se toma su tiempo pues cada trabajo es personal y lo que vale para uno no lo aplica en otro.
Lo importante es el resultado, que aquello que comenzó en ceniza se convierta en luz que vean todos.
Eso sí es una gozada verlo. Rostros que recobran vida donde antes sólo se veía tristeza.
¿Imposible? No. Pero requiere un esfuerzo. Hay que ponerse en sus manos y dejarse moldear. El alfarero, sin el barro, no puede trabajar.