Cuando mi hermano era pequeño y volvíamos del parque era frecuente que llegase a casa con una herida o rebozadito de arena cual si fuese una croqueta
Lo primero que había que hacer para que volviese a su ser era curarle la herida o darle un baño.
Me encantaba verle en esos momentos. Salía reluciente, con una gran sonrisa y los ojos brillantes. ¡Así tenías que estar siempre¡ , le decía yo.
Me ha venido ese recuerdo al pensar, de nuevo, en Dios; en el hombre. Dios nos hizo para la vida y la condición natural del ser humano no es el pecado sino la alegría.
Cuando nos miramos al espejo lo lógico sería ver en él un diamante, una esmeralda, un zafiro… no, «una croqueta».
Cuando esto pasa, que no vemos nuestro brillo original porque alguna mancha tenemos, Dios, como buen padre, tiene previstas dos opciones: Un gran botiquín y todos los útiles de aseo.
¿Con qué objeto? Con en el fin de que volvamos a nuestra esencia.
¡Que no nos asuste el espejo¡ Sea lo que sea que veamos en él, aun estamos a tiempo de curar nuestras heridas, quitarnos el barro y así, volver a nuestro origen, recuperar nuestra imagen, nuestra esencia.
Se habla mucho del pecado original , pero en origen, lo primero fue el brillo. A imagen y semejanza suya Dios nos creó, eso fue lo original y a eso debemos de tender