Todos los miércoles, encuentro un folleto en la puerta de mi casa relacionado con el evangelio del domingo. Me lo deja un sacerdote cuando pasa a visitar a un vecino enfermo. Al verlo, recuerdo lo de : “ Estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo»
Llamar, las hojas, no llaman, pero ahí están esperando y yo, al verlas, las recojo. Al abrir la puerta de mi casa entran conmigo y, tras su lectura, entran en mi corazón como si, ciertamente, fueran la cena. Así las siento yo, como alimento para el alma.