Me hicieron una propuesta y mi primera reacción fue contestar: No puedo hacerlo, no soy capaz.
Satisfecha me quedé con mi respuesta. Como no sabía, no hice por intentarlo.
Contento también se debió quedar el maligno pensando que había vencido.
Volvieron a insistirme. Esta vez dudé antes de responder. Algo en mi interior me preguntaba: ¿Cómo sabes que no puedes hacerlo si no lo has intentado?
Terrible es la tentación del : NO PUEDO
– No hace falta que lo intente. Me conozco, conozco mis posibilidades.
Convencida de que no podía, ya no sentía el peso de la responsabilidad.
Segunda Tentación: MIS POSIBILIDADES
– Cierto, seguramente con tus posibilidades no puedas hacer nada. ¿Has probado a confiar en Dios? ¿has pensado en Sus posibilidades?.
Clavé los ojos en el crucifijo y ya no dudé más. No dudé, no pregunté, confié en el Padre y, de inmediato, me puse a hacer aquello que me parecía tarea imposible.
No sabía qué resultado tendría, tampoco me importaba. Sabía que el haber vencido la tentación del “No puedo” , en sí, ya era una victoria.